la configuración de las políticas de desarrollo y gobernanza global
La gobernanza es un campo de indagación que genera múltiples debates en el ámbito académico. Los estudios críticos del desarrollo cuestionan el origen ideológico de la noción de gobernanza tradicional, como una categoría vinculada a las corrientes del pensamiento neoliberal que legitima el adelgazamiento del Estado, la apertura de los mercados internacionales y la creación de nuevos modelos, narrativas e imaginarios que se basan en la idea del desarrollo como autorregulador de la sociedad (Mosse, 2005a; Wedel et al., 2005). En diversos estudios realizados en México y América Latina se cuestionan las limitantes de los principios prescriptivos de la gobernanza, tales como la participación social y la formación de redes horizontales entre los actores sociales, públicos y privados, dadas las relaciones de poder desigual y las arraigadas prácticas autoritarias que persisten en la vida política y en la conformación de los poderes gubernamentales (De Castro, Hogenboom y Baud, 2015; Montes de Oca y Martínez, 2022).
En los estudios académicos sobre gobernanza frecuentemente se enfatiza en la dimensión polisémica de este término dada la diversidad de enfoques, discusiones y perspectivas teóricas desde las cuales se generan los actuales debates sobre los procesos de reconfiguración del Estado, el mercado y la sociedad (Aguilar, 2015; Pierre, 2000; Porras, 2016). Sin embargo, más allá de esto, la gobernanza es un campo de discusión porque en su formulación analítica se ponen en juego proyectos políticos e ideológicos divergentes respecto a la acción de gobernar y el quehacer de las políticas públicas. La amplitud de temáticas que abarcan los estudios de gobernanza y la complejidad de las dinámicas gubernamentales a nivel territorial, aunado al ambicioso propósito de los estudios de gobernanza, que no solo pretenden analizar sino delinear los principios prescriptivos de la acción de gobernar, son aspectos que la convierten en un campo fértil de discusión.
La lectura de la gobernanza que se retoma en este artículo está influenciada por los planteamientos que propone Acharya (2017) respecto a los mundos-regionales, en consonancia con la antropología crítica del desarrollo y la geografía radical (D. Harvey, 2007b, 2007a; Mosse y Lewis, 2005; Wedel et al., 2005). De acuerdo con Acharya, la noción de mundos-regionales surge como un desafío a los principios universalistas, hegemónicos y jerárquicos que están presentes en los estudios clásicos sobre las relaciones internacionales y la gobernanza tradicional, en los que se asume que las potencias mundiales actúan o deben actuar a través de organismos multilaterales para promover el desarrollo e impulsar la economía de las regiones pobres del mundo (Acharya, 2017: 8). Los mundos-regionales problematizan, al igual que la antropología crítica del desarrollo, la visión convencional de las políticas internacionales al plantear que los grandes «problemas mundiales» a los que responde el desarrollo en gran medida están atravesados por ideas preconcebidas, prejuicios e intereses políticos para ejercer influencia en los países del sur (Acharya, 2017; Mosse, 2013; Mosse y Lewis, 2005).
El concepto de mundos-regionales es una metáfora que hace alusión a las relaciones de poder e interdependencia entre las instituciones y las dinámicas sociopolíticas que se generan a diferentes escalas bajo la premisa de que «toda política global no es sino local» (Acharya, 2017: 6). Al respecto, Acharya señala que, más allá de que el mundo esté dividido en regiones y que estas sean la única fuerza impulsora o el lugar operativo del orden mundial, es necesario cuestionar el significado y la noción de región como una entidad con coherencia geográfica, cultural y política. De este modo, los mundos-regionales no responden a unidades espaciales preestablecidas ni son resultado de un orden jerárquico mundial, sino que remiten a un constructo desde el cual es posible analizar las dinámicas y relaciones de poder que se generan en el territorio a partir de una dimensión espacial más flexible y porosa de las visiones clásicas de región, lo cual se complementa con una comprensión del tiempo menos secuencial y acumulativa (Acharya, 2017: 7).
De acuerdo con esta perspectiva, las regiones «no son agrupaciones objetivas de datos cartográficos, materiales o culturales» (Acharya, 2017: 6), aspectos a los que también presta atención la geografía radical al mostrar que las configuraciones regionales no se reducen a cierta porción o división de la superficie terrestre que contiene paisajes, objetos o grupos humanos (D. Harvey, 2007b). Por el contrario, D. Harvey (2007a, 2007b) hace énfasis en el poder que históricamente han tenido las regiones para la formación de nuevos nichos de acumulación del capital, al tiempo que la antropología crítica del desarrollo destaca los dispositivos de poder que se activan con el establecimiento de demarcaciones geográficas para el diseño y la implementación de políticas de desarrollo (Shore y Wright, 1997; Wedel et al., 2005).
La idea de mundos-regionales se basa en una lectura del poder que cuestiona la existencia de un orden global liderado por las potencias mundiales (Acharya, 2017: 6). Los mundos-regionales parten de una visión pluralista de la gobernanza global que reconoce la inevitable fragmentación de las políticas internacionales, las relaciones de poder multidireccionales, la diversificación de actores sociales e institucionales con orientaciones políticas e ideológicas divergentes y las fuerzas de cambio que configuran mundos cultural y políticamente diversos, los cuales, a su vez, están ampliamente interconectados y son interdependientes dadas las intrincadas relaciones económicas, políticas y comerciales que configuran las dinámicas de articulación entre el Estado, la sociedad y el mercado (Acharya, 2017: 8-11).
Los mundos-regionales hacen alusión a espacios donde se yuxtaponen modelos, prácticas, ideas e imaginarios del desarrollo global, aspectos a los cuales se presta especial atención en este artículo al plantear que la selva Lacandona se ha conformado históricamente como un mundo-regional en el que confluyen diversas tramas del desarrollo. Estas tramas remiten a una comprensión del desarrollo que cuestiona las visiones unilineales de la historia y el desarrollo, entendido como progreso o fin teleológico (Mosse, 2013; Shakya, 2017; Wedel et al., 2005). Las tramas no refieren a etapas superadas del desarrollo, sino a la persistencia a lo largo del tiempo de políticas, prácticas e ideas del desarrollo que responden a modelos divergentes, las cuales han sido impulsadas por el Estado y el mercado en diferentes momentos históricos y bajo lineamientos propios, pero cuyas acciones repercuten e influyen en los actuales entramados del desarrollo productivo y sostenible que configuran la región.
Esta mirada aporta para una comprensión de la gobernanza global anclada en el territorio que enfatiza el hecho de que toda acción gubernamental basada en el desarrollo forma parte y se inserta en un entramado de relaciones, ideas y proyectos que se han gestado desde diversas temporalidades y producciones espaciales, las cuales configuran los actuales mundos-regionales, aspectos a los cuales es necesario prestar atención para entablar puentes de análisis entre la antropología crítica del desarrollo, las políticas públicas y la gobernanza con la finalidad de dimensionar el papel que tienen las ideas, planes y acciones del desarrollo en la formación del territorio y comprender que la acción de gobernar se inserta en entramados en los que confluyen políticas y proyectos heterogéneos que coexisten con y dotan de contenido a las dinámicas socioterritoriales.